Infancia


María trabajó como asistenta en casa durante muchos años. Declarada falangista, nos enseñó uno a uno a cantar el cara al sol; años mas tarde supimos que con frecuencia llevaba comida a los presos que estaban en las cárceles franquístas de aquella España tórrida. Mi padre por seguir la tradición familiar, nos metió de cabeza a estudiar con los Agustinos que menudas hostias daban, eran como “garduños” que como todo el mundo sabe, son hostias como puños. Eran fieles devotos de aquella premisa britanica que rezaba: la letra con sangre entra y el evangélio de paso. El padre José Luis sin ir mas lejos, tenia verdadera pasión por levantar a los niños en vilo de las patillas mostrando en la acción una dentadura asombrosa. El padre Vidál era terrible y su presencia producia verdadero pánico. Cuando entraba en clase de lengua pertrechado con una larga vara de madera dando golpes a diestro y siniestro, el silencio era sepulcral y si tenias la desgracia de ser el elegido para la ocasión, a no ser que fueras el pitagorin de turno, que también recibía inexplicablemente, te caían golpes, capones y guantazos hasta en el carnét de la o.j.e. y eso que probablemente estaba en casa; el carnét. El padre Regíno era un anciano completamente sordo, era el sopor personalizado y daba clase de religión. Cuando agachaba la cabeza para calzarte un cero, para lo cual empleaba una dosis de tiempo que se hacia eterno, los cuarenta alumnos de media que estábamos en el aula, perfectamente sincronizados aprovechábamos la ocasión, sin haberlo previsto, para empezar a murmurar un ¡¡eeeeehh!! desde una muy baja frecuencia hasta alcanzar un volumen ensordecedor, momento en el que el cura alzaba la vista como poseído y aquella frecuencia se cortaba repentinamente, no encontrando explicación a aquel fenómeno paranormal. En aquella época, proyectaban en el colegio los jueves alguna película y recuerdo haber visto “Quo Vadis” unas cincuenta veces. Para ser sincero hubiera preferido iniciar mis estudios en un Instituto, pero no les guardo rencor, ni a ellos ni mucho menos a mis queridos padres que me dieron todo a cambio de nada; pero la infancia es sagrada y a veces pienso que aquel tiempo que nos tocó vivir me robó parte de ella.