Doña Carmen
En las noches templadas que presagian céfiros y manicomios, sus pupilas encendidas tras el cuarzo agazapadas, asaltan mis desvelos persuadidos por la lluvia imponente; corre el agua por mi espalda como un manantial enfurecido. La amé hasta la extenuación o quizás, apenas un ápice. Nuestras vidas se cruzaron como dos trenes desbocados, si acaso nos rozamos arrancándonos la piel y los recuerdos más sagrados. Perdimos la fe pero ganamos la pequeña libertad envuelta en papel cuché con vistas a Rosales; un tercero sin ascensor recién pintado, muy propio. Corren otros vientos Doña Carmen, pocos cafés duran ya una hora y tres cuartos. Dicen los adoquines que la bohemia huele a almizcle y naftalina; que no se llevan esos cuellos. Apenas quedan dos revoluciones pendientes, una reposa en el cementerio de los rencores, otra la guardo celosamente de la chusma ibérica a la orilla de otro mar, en una playa abandonada a la deriva, como no podía ser de otro modo. Descanse Doña Carmen, déjese usted mecer por las musas.















Frágil, templada y solemne amada, envuelta en una brisa perfumada, sobre una piedra dada. Caen las primeras hojas del otoño breve y conspicuo. La tarde que acaricia el árbol, te teme y nada…. me abandono un instante ¡ oh diosa ! y lo siento. Esquivo los ardores de la noche espesa, sumergido en la oscura incertidumbre de un abismo infinito, buscando tus caricias en la penumbra cada vez mas profunda de los días regalados que se fueron. Inexorable el tiempo como furiosas olas furtivas, borró en la arena de mis sueños, la palabra mas bella y deseada; amor, que muerte mas inútil.
