Patering

Me duelen tus enormes ojos negros que reclaman inflamados la esperanza cautiva que agoniza en silencio. El mismo silencio, oscuro silencio, cómplice de todo cuanto se urde en la misma noche de siempre. Indolente la conciencia compartida, la nutrida e implicada corteza social, se despoja de la solapada congoja, con el breve argumento sempiterno y distante del clásico “y qué le voy a hacer”, un típico en la familia. Y mañana siempre llega como ayer, huyendo del qué diré, dejando a sotavento un reguero de caricias rasgadas. Y por calles eternas, presumiblemente dormidas, esquivaremos afilados susurros que atenazan cortantes, la razón
al paso que me lleva indubitablemente hacia ti, que te acerca inevitablemente hacia mí; que nos trae por aquí, por el camino verde que va a la ermita, por la vereda negra de la amargura. Tus enormes ojos negros aún por conocer, explorando atentamente este mundo sin fronteras, un despiadado instante que atenaza la sonrisa, que amordaza la vida. Sigilosa la daga.
Cuánta corbata manchada de huevo frito.