Jardines en el Cielo

Hace tiempo que no atiendo al universo que me ofrece el infinito derroche inagotable de galaxias y planetas. Ajeno a la sustancia indispensable que alimenta el pensamiento, la mística y la ciencia, la música y el verso; me entrego ingenuamente a la rutina de lo breve, la culpa y el lamento va por días; la táctica y el gesto. Consciente de lo efímera y aciaga que suele ser la vida, me empeño en todo aquello inconsistente que resuelve en lo inmediato. Esquivo a duras penas maldiciendo los enredos del destino. Las horas de oficina para aquellos con cara de pepino. La turbia magia negra, la blanca medicina, la dieta del serrucho, la piel con vaselina. Las noches de cabiria, las duchas de agua fría, la misa y el rosario con flores a María. Me pesa todo el resto de este sueño que al cabo por siniestro total y no parcialmente indigesto, vandálico y funesto; al fin se torna en gesto y con vehemencia, machaca la conciencia; el delicado espíritu incipiente, lacónico y modesto, la fuente de la vida, de cada día nuestro, el pan que rico aguarda tan tierno en aquel cesto; las suaves primaveras, los cánticos tan bellos, caricias, ambrosías, apasionados cuentos, batallas empatadas marcadas en los huesos, heridas mal curadas, históricos excesos. Que lastima Belinda, que amores son aquellos, laureles de otro mundo, jardines en el cielo.