Mozzarella

La noche se apoderó de Corrientes en menos que un gato siamés al acecho lanza sus afiladas zarpillas al incauto roedor. Una brisa tibia y urbana cargada de residuos micro particulares, pregonaba incipiente el otoño bonaerense. La gente precipitadamente regresaba a casa tras el deber cumplido. El salón de las cuartetas plomizo, presente y ausente, impasible al desaliento y al futuro; contemplaba tras los gruesos cristales el devenir de los días esperando sin prisa ni pausa el fatídico cierre cotidiano. Mozo, una porción de Mozzarella y un agua con gas por favor. Como no señor. Luces de colores, bocinas, taxis, suspiros de nafta, miradas encontradas, camareros y bandejas, Bórges y el hacedor, vidas que se cruzan. El Gran Rex firme y vertical, el Opera apaisado y profundo, dos colosos enfrentados, un derroche de fachadas. Pensaba yo en este mundo que nos toca, hasta cuándo y el porqué, en mis padres y en los tuyos, en lo perdido y acerca del amor y del fracaso, en el desesperado anhelo mas allá de los cincuenta, cuando una hermosa y diminuta criatura de mirada ausente y de mesa en mesa, mostraba entre la jungla indiferente objetos inútiles reclamando sin esfuerzo una limosna, al pronto frente a mi la tuve un instante; con un lenguaje deslavazado me expuso su insondable mercancía. Dos pesos yo le di con un profundo dolor apagado. Ignorándome, con sus diminutas manos, ávida atrapó el andrajoso billete seccionando el párvulo discurso y me dio las gracias; a la ligera se dirigió a la puerta con su pasito infantil, antes de traspasar la puerta volvió su mirada hacia mí y me envió como la flecha certera de un ángel de otro mundo una sonrisa impagable de cincuenta mil trillones de pesos que me perforo el alma para siempre.